Nanis se deja “hacer piojito” con un palo de madera que usan los niños de la familia que la cuidó desde que nació. Vivió con Ana Lilia y su hermano Osvaldo hasta que no cupo más en la casa donde era otra mascota. Hoy espera a su primer becerro y pastorea con otras vacas como parte del proyecto de ganadería sustentable que le valió a Ana Lilia Hernández de León el Premio Estatal de la Juventud 2023 por Actividades Productivas.
En el Centro Demostrativo Rancho “El Dorado”, entre Colón y Tolimán, las vacas no se encierran en un corral ni se les permite acabarse la vegetación del cerro. En cuatro años de trabajo, no hay afectación para las 640 hectáreas del lugar, incluso, animales propios de la región regresaron al sitio.
El espacio fue dividido en “franjas de pastoreo” que se van cambiando, para dejar que el cerro descanse y se regenere. El resultado medioambiental es evidente: hay mayor infiltración del agua, no hay desertificación y las vacas tienen alimento seguro. En materia económica, disminuye el gasto para los ganaderos, que en circunstancias comunes enfrentan riesgos constantes porque mantener a los animales sale muy caro, sobre todo cuando hay sequía, así que, muchas veces, terminan por malvender al ganado.
Entre las 52 vacas hay dos especiales. Una por ser de las primeras que tuvo el proyecto, la otra es Nanis, que ahora tiene dos años y medio. “Su mamá vaca, como era primeriza, no la quiso. Nadie le daba leche, la llevamos a la casa y se volvió una vaca-perro, estaba en la sala, el cuarto, en todos lados. Estaba a un lado cuando lavaba platos, estuvo un año y medio en la casa, pero destruyó todo el huerto y la trajimos al rancho, ya se acostumbró”.
Nanis es un ejemplo del cuidado que se le da a los animales. Otra de las consentidas es Alfa, una de las primeras vacas que tuvo el rancho y a la que siguen las demás durante el pastoreo. A lo lejos observan la escena Lluvia y su hija Gotita, un par de burritas que siempre acompañan al ganado que tiene como fin la venta de carne de libre pastoreo o carne verde, porque las vacas lecheras no se dan bien en esa zona.
Ana Lilia creció entre animales porque su mamá, Brenda de León, es ingeniero agrónomo y su papá es médico veterinario. Con 16 años de edad, estudia la preparatoria técnica en una escuela agropecuaria de Colón, de donde es originaria. “Mi papá me enseñó a montar los caballos, la charrería, desde chiquita, siempre me ha gustado. Mi papá era charro y cuando salía a sus trabajos con las vacas me llevaba y yo iba encantada”.
En 2019, con apenas 4 vacas, la familia se propuso impulsar la ganadería sustentable que actualmente demostró sus beneficios y ya tiene 52 animales con ayuda de otros ganaderos.
“El objetivo de este rancho es dar a conocer a más productores de la zona, que las personas sepan de este rancho, mediante la ganadería sustentable de pastoreo, porque hay de dos tipos: la ganadería convencional donde meten al ganado a un corral y están todos los días ahí utilizando forraje e insumos y esta otra, la ganadería sustentable de pastoreo que aprovecha todos los recursos, las vacas no están en el corral, sino en el agostadero, lo más común es el cerro”.
El cerro se divide en franjas de pastoreo, con ayuda de un cable eléctrico que da pequeños toques a las vacas para que no coman fuera del terreno indicado. Eso permite aprovechar los recursos y beneficia al entorno, porque “cuando la vaca está en un corral no se aprovecha no hay buen manejo de excretas, acá sí porque los animales están libres en cerro, hay pisoteo, el suelo se afloja, disminuimos la erosión, la desertificación de los suelos, es una gran ventaja del sistema, porque cuando las vacas están juntas, comen el pasto y lo arrancan dejan restos vegetales, a eso se le llama mantillo y ayuda a infiltrar agua al subsuelo”.
Cuando se cambia la franja de pastoreo, la anterior queda en descanso y se regenera con mayor facilidad. A principios de diciembre, como consecuencia de la sequía en el estado, se hizo necesario meter a las vacas al corral porque no había agua, “nos llovieron 110 milímetros cuando el promedio es de 300”.
Tener a los animales en el corral incrementa los costos y las vacas no se ven tan cómodas, así que en pocos días volverán al pastoreo. Mientras están en el corral, la familia aprovechó para vacunar e inseminar.
Ana Lilia quiere estudiar medicina veterinaria y motivar a más jóvenes a apostarle a la ganadería sustentable, porque es un negocio que no tiene por qué afectar al medio ambiente. “Vengo de una escuela agropecuaria y hay muchos chavos que eligieron la carrera de Explotación Ganadera, sí hay interés, pero hay que apoyarlo, mis compañeros y yo aprendemos jugando, aunque falta que nos saquen más a campo, que no todo sea técnico o en el salón, porque en el campo aprendemos mejor”.
En el rancho participan más ganaderos a partir de los beneficios que se generan, sobre todo porque están convencidos de que “esto facilita cuidar del cerro para que nos siga dando y nos vaya bien a todos, por eso aquí han venido escuelas como la UNAM, la UAQ, eso queremos, que la gente conozca la importancia de cuidar el entorno y a la comunidad”.
Actualmente investigadores de estas universidades realizan estudios para precisar el aumento de la filtración del agua a partir de esta práctica ganadera. De manera adicional, se impulsan actividades como diálogos abiertos y festivales, como Voces Vivas en tu Comunidad, “que el año pasado llevamos a algunas comunidades, para informar todo lo que está como parte de la ganadería, las familias, la gastronomía, el ambiente”.
Con el apoyo de Proyecto Garambullo, el rancho participó en una reunión con mujeres para intercambiar recetas de la región, sobre todo mediante la cocina de recolección, “cómo lo que se produce en el semidesierto lo convertimos en un pretexto más para unir a la familia. Este rancho es un colaborador de experiencias y desarrollar todo, abrir la experiencia a todas las personas y mostrar que nuestro pastoreo es planificado, con zonas de descanso, hay zonas que tienen más de dos años en reposo”.
Para la ganadora del Premio a la Juventud 2023, es importante que se resignifique la actividad ganadera como un espacios que puede integrar a las comunidades, rescatar la herencia gastronómica y promover el cuidado ambiental porque cuando se habla de ganadería “siempre pensamos nada más en el productor y el animal, pero el rancho no es solamente eso, es también la familia, es la comunidad, el rancho se mueve y puede cuidarnos a todos”.
FOTOS: RICARDO ARELLANO/LALUPA.MX
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