Hasta el 31 de diciembre de 2022 y desde el inicio del sexenio presidencial de Andrés Manuel López Obrador, el presidente ha tenido un promedio de 100 mentiras dichas al día y poco más de 94 mil proferidas en mil conferencias “mañaneras”.
¿Por qué a pesar de estas estadísticas -dadas a conocer por la consultora SPIN- la popularidad del mandatario mexicano se mantiene en un promedio de 55 – 56 por ciento de aceptación de su gobierno entre la población mexicana?
Desde mi perspectiva, hay varios elementos que confluyen para que suceda así. Menciono dos de ellos. Uno, la gran dispersión de apoyos económicos que ha realizado desde el primer año de su gobierno entre millones de mexicanas y mexicanos que reciben ingresos gubernamentales por ser jóvenes, por ser personas con discapacidad o por ser adultos mayores.
La otra razón es que el presidente Andrés López encontró una fórmula eficaz de comunicarse con la masa ciudadana a quien le dice lo que quiere escuchar y lo hace con empatía, cercanía, simpleza y emoción.
Más allá de brindar estadísticas precisas, porcentajes, cifras complejas y otros datos, se comunica con palabras simples y fácilmente entendibles.
Lo básico de la neuropolítica
La neuropolítica es una disciplina relativamente joven que se ha desarrollado para tratar de estudiar y comprender cómo funciona el cerebro de las personas en su papel de ciudadanos, de electores o de políticos.
De lo hasta ahora descubierto, destaco cinco elementos que me parecen esenciales.
Primero. La sociedad está abrumada de datos, opiniones, informaciones, rumores, y por ende reclama dosis de simplicidad. Hay demasiada información en el ambiente (real y virtual) que llega a cansar y a incrementar la incertidumbre.
Segundo. Por lo mismo, los ciudadanos actuamos más por intuición, pues para hacerlo así se requiere mucho menos información de la que pensamos. Apostamos por lo que nos dice el “corazón” o la “conciencia”.
Tercero. Mayoritariamente, preferimos escuchar lo que queremos escuchar, leer lo que queremos leer y opinamos lo que queremos opinar, de tal suerte que nos mantenemos en nuestra “zona de confort” y, por lo tanto, reducimos la probabilidad de cambiar de razonamiento.
Cuarto. Derivado del anterior punto, tendemos a bloquear la información racional que podría hacernos cambiar de opinión ya que preferimos las convicciones emocionales o morales a las confirmaciones racionales o epistemológicas.
Quinto. Por consecuencia, se ha consolidado la idea de que la mejor manera de llegar al cerebro de un elector es a través de su corazón; esto es, de sus emociones o de sus vivencias como individuo o en conglomerado.
La realidad
A pesar de que la oposición se desgañita en reiterar sus acusaciones contra el presidente López Obrador de ser un mentiroso, corrupto y demás, este aun cuenta con la aprobación de más de 50 por ciento de los ciudadanos y ciudadanas
Al domingo 27 de agosto (de acuerdo con Consulta Mitofsky), el presidente contaba con 56.9 por ciento de la aprobación ciudadana.
Lo anterior, a pesar de que solo 37.5 por ciento de mexicanas y mexicanos considera que la economía ha mejorado, de que solo 28.5 por ciento cree que la seguridad está bien o de que 74.7 por ciento (75 de cada 100 ciudadanas y ciudadanos) cree que hay mucha corrupción.
Todos los males como la marcha negativa de la seguridad en el país, la reducción de los servicios médicos o la permanencia de la corrupción (y la impunidad) no son achacados a Andrés López, sino al aparato de Estado, a los servidores públicos, al viejo régimen o a la “mafia del poder”, pero no al presidente.
Para bien o para mal, los políticos todos, algo tenemos que aprender de esta situación.
Juan José Arreola de Dios
Periodista / Comunicación Política
Twitter: @juanjosearreola