Gran cantidad de jóvenes han invertido en criptoactivos atraídos por sus elementos innovadores: operan en el ámbito digital, están aparentemente al margen de las normas y la custodia de los mercados tradicionales y ofrecen prometedoras inversiones.
Y así ha sido en determinados casos, pero en los últimos meses, muchos de esos inversores han perdido sus ahorros por la volatilidad del mercado digital. Ante esta situación cabe preguntarse si es necesario que los jóvenes mejoren su cultura financiera, de modo que les sirva de protección frente a amenazas emergentes y desconocidas.
Se puede ser cryptofriendly y estar a favor de las normas. Se pueden tomar decisiones financieras de alto riesgo como forma de vida. Incluso se puede invertir de forma inteligente y sensata y, aun así, salir perdiendo. Pero mejor si se hace conociendo el terreno que se pisa. Esto es, con cultura financiera.
Los jóvenes llegan a la edad adulta, comienzan a estudiar en la universidad, a trabajar en empresas y a formar sus propias familias a la vez que tratan de entender cómo funciona el mundo. Entretanto, se empapan de la cultura imperante en cada campus o en cada organización. Por ello, es casi obligatorio generar espacios de reflexión conjunta sobre aspectos cotidianos de la cultura de legalidad: desde foros e intercambio de opiniones con profesionales expertos hasta las explicaciones informales de un profesor universitario.
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Y ahí está la importancia de reflexionar sobre la situación de las criptomonedas: tener cultura financiera no es solo conocer, sino asegurar las decisiones económicas y financieras presentes y futuras. Conocer el funcionamiento de la tecnología que subyace a las inversiones digitales permite superar la simple visión especulativa y comprender realmente el valor añadido que los criptoactivos aportan al ecosistema financiero actual.
Es normal que en mercados volátiles y poco rentables se busquen nuevas formas de inversión. Innovar y arriesgarse es un instinto natural de los jóvenes. No obstante, la regulación amplificada y la tecnología en constante cambio facilitan la rápida obsolescencia de los conocimientos y las buenas prácticas que se enseñan en la educación formal.
A esto deben añadirse las diferentes formas de innovación criminal, que aprovechan toda tecnología disponible. Los riesgos de estafas, esquemas piramidales u otras actividades ilícitas, e incluso el uso de los criptoactivos para blanquear capitales generan un importante impacto económico en la sociedad. Además, las limitaciones para operar en las plataformas de criptodivisas provocan temor hacia una tecnología que no fue diseñada para malos usos.
Otros aspectos fundamentales para enfrentar estas amenazas son el cumplimiento de las normas y el respeto al sistema tributario. Esto es perfectamente compatible con hacer inversiones financieras de éxito basadas en tecnología blockchain. Si bien es cierto que no se trata de una tecnología nacida para ser regulada, tampoco toda regulación financiera mata la innovación.
La fórmula del equilibrio está en manos de los poderes legislativos, que son quienes establecen las obligaciones pero que también deberán permitir estas operaciones digitales pues, como ocurre en la economía analógica, de estas nuevas formas de inversión nacerán empresas y startups.
Parece que el mundo cripto ha venido para quedarse (al menos un buen rato) y, dado el interés que suscita, se hace fundamental distinguir entre especular con lo desconocido como acto de imprudencia e invertir en innovación tecnológica para generar riqueza.
Podemos decir que la educación financiera combinada con la cultura de la legalidad es la auténtica respuesta a las necesidades planteadas: el fomento de la cultura financiera y el cumplimiento normativo en universidades y empresas promueven comportamientos éticos y basados en el conocimiento. Solo entendiendo cómo funciona el mundo podremos tomar decisiones sensatas sobre cómo invertir en él.